miércoles, mayo 16, 2007

Enfrascado

Todo lo que tocaba lo analizaba. Tenía una capacidad especial para enfundarse hasta el fondo en todo lo que hacía. No lo hacía con pasión, ni con curiosidad. Era algo mecánico. Casi automático. Sin pasión ni fuga.

Le entraba algo en el punto de mira y se volvía loco. Poco a poco, de manera minuciosa, como el protagonista de "Todos los nombres". Quedaba prendado del análisis.

Cuando era pequeño, siempre miraba un mapa. En sus ratos libres miraba aquel atlas grande con las tapas negras. Cada día se quedaba ensimismado horas mirando las banderas, la producción de cultivos, la tasa de industrialización, la población. Al acostarse miraba un mapa que tenía colgado en el techo de su dormitorio. Jugaba a memorizar las capitales de los países. Tegucigalpa, La Paz, Buenos Aires...

Era capaz de recorrer el mundo entero sólo con las capitales. Después era capaz de ordenarlas por población.

Cuando hizo el servicio militar, se preocupaba de conocer todos rangos, los cuerpos, las divisiones. El reglamento del recluta era su compañero de lecturas. Estaba en la biblioteca documentándose sobre todos los campos relacionados con el ejército. A menudo se encontraba discutiendo con algún alférez sobre situaciones de estrategia, de táctica militar. Realmente, no discutía. Simplemente preguntaba y memorizaba.

Llegó a entender el ejército mejor que muchos generales.

Sus padres no podían mandarle a estudiar. Una familia humilde que requería mantenimiento. Sus padres le habían tenido ya mayor y nunca se habían preocupado excesivamente de ahorrar ni de procurar que su hijo estudiase.

Por aquel entonces no estudiaba cualquiera como ahora. En aquellos tiempos sólo estudiaban los niños bien que vivían en las ciudades desde varias generaciones. El hijo de aquel mesonero y aquella buena mujer, a pesar de ser, probablemente más válido que otros. Se quedó sin poder estudiar una carrera.

+++

Aquella tarde, el cura de su pueblo le había regalado un libro. Viejo y polvoriento, con las hojas pardas, descoloridas, tenía los bordes raídos y la tela en mal estado. Acercó su nariz y recibió una mezcla de olor a imprenta antigua y a naftalina. Comprobó que le faltaba la tapa y las 10 primeras páginas. Lo hojeó con rapidez. Disfrutó con los curiosos y bellos adornos dibujados y coloreados a mano. Los márgenes eran pequeñas joyas de Art Deco que enmarcaban el texto. Se paró en la página 54. Las síncopas, leyó en el título. Aunque estaba escrito en su propio idioma, desconocía las palabras. Estrenaba un lenguaje que le adentraría en un nuevo campo de análisis. Buscó el índice, luego la contraportada. El libro se titulaba "Teoría Musical". (Contribución mariana número 1)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquella tarde, el cura de su pueblo le había regalado un libro. Viejo y polvoriento, con las hojas pardas, descoloridas, tenía los bordes raídos y la tela en mal estado. Acercó su nariz y recibió una mezcla de olor a imprenta antigua y a naftalina. Comprobó que le faltaba la tapa y las 10 primeras páginas. Lo hojeó con rapidez. Disfrutó con los curiosos y bellos adornos dibujados y coloreados a mano. Los márgenes eran pequeñas joyas de Art Deco que enmarcaban el texto. Se paró en la página 54. Las síncopas, leyó en el título. Aunque estaba escrito en su propio idioma, desconocía las palabras. Estrenaba un lenguaje que le adentraría en un nuevo campo de análisis. Buscó el índice, luego la contraportada. El libro se titulaba "Teoría Musical".