Paula es una niña pequeña. Guapísima. Con una horquilla con winnie the pooh que la encanta. Unos ojos como dos luceros y una cara de traviesa que se sale. Está en esa edad en la que las preguntas sobre la vida son tan tiernas que te hacen pensar. No entiendo muy bien qué curioso proceso de madurez nos hace cambiar tanto.
Paula está en casa, jugando con las cremas de su madre. La chica que la cuida está haciendo la comida y cuidando de su hermano pequeño. Sus padres están en el trabajo. Es verano. Ya no tiene cole y pronto se irá de vacaciones a casa. La playa, el mar, sus tíos... sus recuerdos desde que nació.
Habla consigo misma con la tranquilidad de quien no necesita audiencia. Con la naturalidad de quien no es consciente del peso de las palabras.
"La teoría de Mamá y la teoría de Papá" Había oído eso antes. Hacía años. Ambos se reían recordando alguna historia antigua. Ella estaba allí y no entendío a qué se referían. Esta mañana Mamá se había levantado regular. No había dormido bien y había ladrado un poco mientras se tomaba una tostada con aceite y medio kilo de sal. Dijo: "Cariño, hoy necesito que te curres mucho la teoría de Papá", con una media sonrisa de mimo y esfuerzo.
Paula recordaba las palabras. Su cerebro era tan limpio y ágil que era capaz de retener todas las conversaciones. Según la teoría de Mamá, cuando una persona se satura, se acaban todas las posibilidades. Si se va la química, aunque sea un poquito, la historia se ha terminado. Según la teoría que Papá le había contado, la vida, las relaciones y las personas se mueven por ciclos. Una mala racha o un golpe no tiene por qué ser traumático. "Es como cuando se rompío el corazón azul de mi osito de peluche -pensaba-, Mamá lo cosió y volvió a estar en su sitio. Se quedó incluso más firme que antes".
La teoría de Mamá decía que si algo se para, no es por casualidad. Pero ¿Mamá no quería coser el corazón de mi osito? Claro que quería. Fue ella la que me consolaba y la que me explicó que eso se podía arreglar. Y ahora Paula se acordaba de la sonrisa de Mamá.
Y en esta mañana Paula acaba de aprender que, a veces, decimos una cosa pero en el fondo de nuestro corazón hacemos otra. Eso era algo que le costaba entender bien, pero intuía que eran cosas de mayores.
El bote de crema de contorno de ojos de Mamá se había terminado. Tenía la cara hecha un cromo. Se miró en el espejo y salió a correr por el pasillo para que todos la vieran.
un abrazo
Cacheche
lunes, octubre 01, 2007
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