lunes, mayo 28, 2007

Esperando a Mariano

Llegó a trabajar temprano. Una hora antes de la hora prevista. Su prudencia y el miedo a llegar tarde hicieron que se encontrará en la puerta de aquella gigante nave antes del amanecer.

Debía preguntar por Mariano. Mariano, el hombre con quien su padre había hablado. El hombre que le daría trabajo. Su primera responsabilidad en el mundo real del intercambio. Se había puesto por primera vez un traje con chaqueta.

Aquel traje que en su día llevó su tío. Un traje oscuro, de una tela gruesa que de tanto uso se había quedado tiesa. No era almidón. Era sudor. Horas de trabajo que llevaba encima el pobre traje.

Sentado sobre aquellas piedras mal ordenadas se miraba a sí mismo. Se sentía raro enfundado en el traje. Recordaba que su madre lo había dejado sobre la cama con disimulada emoción. Por fin se haría un hombre. Una mezcla de sentimientos había pasado por la cabeza de aquella buena mujer: "Este hijo es un buen hijo. Hará bien todo lo que se proponga". Por otro lado, se lamentaba de que tuviese que empezar a trabajar tan pronto. Como cualquier animal que tiene que echar a sus hijos del nido, sentía un dolor muy fino pero muy profundo.

Mientras se vestía por la mañana los nervios hacían resbalar los oscuros y diminutos botones entre sus dedos. Aquella camisa blanca abrochada hasta el cuello. Los picos largos como dos colmillos. La chaqueta con sus cuatro botones. Los pantalones que le quedaban ligeramente cortos. Pero todo eso pasaba inadvertido para él. Iba a trabajar. Su primer trabajo. Ahí estaba sentado esperando a Mariano.

Poco a poco empezó a clarear. Se veía poco movimiento junto a la nave, pero había personas que llegaban a otras naves aledañas ¿Serían primerizos como él? ¿Cuánto tiempo faltaba para la apertura de esa pequeña puerta de madera? ¿Qué había dentro de aquella inmensa nave?

miércoles, mayo 16, 2007

Enfrascado

Todo lo que tocaba lo analizaba. Tenía una capacidad especial para enfundarse hasta el fondo en todo lo que hacía. No lo hacía con pasión, ni con curiosidad. Era algo mecánico. Casi automático. Sin pasión ni fuga.

Le entraba algo en el punto de mira y se volvía loco. Poco a poco, de manera minuciosa, como el protagonista de "Todos los nombres". Quedaba prendado del análisis.

Cuando era pequeño, siempre miraba un mapa. En sus ratos libres miraba aquel atlas grande con las tapas negras. Cada día se quedaba ensimismado horas mirando las banderas, la producción de cultivos, la tasa de industrialización, la población. Al acostarse miraba un mapa que tenía colgado en el techo de su dormitorio. Jugaba a memorizar las capitales de los países. Tegucigalpa, La Paz, Buenos Aires...

Era capaz de recorrer el mundo entero sólo con las capitales. Después era capaz de ordenarlas por población.

Cuando hizo el servicio militar, se preocupaba de conocer todos rangos, los cuerpos, las divisiones. El reglamento del recluta era su compañero de lecturas. Estaba en la biblioteca documentándose sobre todos los campos relacionados con el ejército. A menudo se encontraba discutiendo con algún alférez sobre situaciones de estrategia, de táctica militar. Realmente, no discutía. Simplemente preguntaba y memorizaba.

Llegó a entender el ejército mejor que muchos generales.

Sus padres no podían mandarle a estudiar. Una familia humilde que requería mantenimiento. Sus padres le habían tenido ya mayor y nunca se habían preocupado excesivamente de ahorrar ni de procurar que su hijo estudiase.

Por aquel entonces no estudiaba cualquiera como ahora. En aquellos tiempos sólo estudiaban los niños bien que vivían en las ciudades desde varias generaciones. El hijo de aquel mesonero y aquella buena mujer, a pesar de ser, probablemente más válido que otros. Se quedó sin poder estudiar una carrera.

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Aquella tarde, el cura de su pueblo le había regalado un libro. Viejo y polvoriento, con las hojas pardas, descoloridas, tenía los bordes raídos y la tela en mal estado. Acercó su nariz y recibió una mezcla de olor a imprenta antigua y a naftalina. Comprobó que le faltaba la tapa y las 10 primeras páginas. Lo hojeó con rapidez. Disfrutó con los curiosos y bellos adornos dibujados y coloreados a mano. Los márgenes eran pequeñas joyas de Art Deco que enmarcaban el texto. Se paró en la página 54. Las síncopas, leyó en el título. Aunque estaba escrito en su propio idioma, desconocía las palabras. Estrenaba un lenguaje que le adentraría en un nuevo campo de análisis. Buscó el índice, luego la contraportada. El libro se titulaba "Teoría Musical". (Contribución mariana número 1)

jueves, mayo 10, 2007

Tu eres un poco marsupial también ¿no?

He leido esta noticia y me ha encantado.
No hace falta que diga que alguna vez todos nos hemos sentido un poco marsupial...

Pues tenemos un 95% de coincidencia con ellos y son muy tiernos

Esta noticia es así. Tierna.

http://www.elmundo.es/elmundo/2007/05/10/ciencia/1178782810.html?a=cf9c7000df0e183bf25059b74b9c8303&t=1178819400

¿Cómo será la vida de un marsupial? La zoología tiene toda la gracia. Este artículo es un aperitivo para historias maravillosas de animales de verdad.

Los animales que venimos a la oficina y llevamos corbata, móvil y ambición cada vez me aburren más.

un abrazo,

Cacheche

miércoles, mayo 09, 2007

la felicidad es para los valientes


bueno bueno bueno...
estoy llegando a niveles de topicazo, de psicología de bajo coste y de gilipolleces varias notable. Pero hoy he comido con un amiguete del sector y me ha dicho que los valientes son más felices.

He tratado de darle una vuelta cachechiana-literaria (cursi) como que la felicidad y la valentía vienen en la misma botella y que no se sirven por separado, pero ahí se ha quedado. La felicidad es para los valientes.

¿Eres valiente? pregúntate si no estás agazapado bajo el miedo, temeroso ante el ruido del cambio o sencillamente te has acomodado.

Viktor Frankl*, el padre de la psicología existencial humanista escribió un libro muy famoso llamado "El hombre en busca de sentido". En él habla de su propia experiencia en un campo de concentración nazi y la necesidad de tener la cuerda tensa. La cuerda es la vida. Si no hay nada despúes de lo que estás haciendo, la vida se puede volver insustancial y vacía. En el libro habla de la necesidad de tener un "después" que nos ayude a superar los momentos duros. Incluso en los momentos más duros hemos de ser capaces de aguantar el tipo. Él se agarró a unas cuartillas sobre lo que le pasaba por la cabeza y eso le salvó la vida. A los demás nos dio un libro que recomiendo a todos aquellos que tengan algo de materia gris de la buena.

Una cita suya que me gusta mucho y que no quiero olvidar es la que aparece hoy aquí:

"El hombre es hijo de su pasado pero no su esclavo. Y es padre de su porvenir"

Después de eso, mejor no decir nada más.


un abrazo,


Cacheche


*Frankl era austríaco. En Septiembre hará 10 años de su muerte... Hay austríacos acojonantes en psicología, en música... Qué pasa con los austriacos Salinas?. ¡Viva Austria!

martes, mayo 08, 2007

Risas en par de motor alto

Ella reía. Pero no te dabas cuenta hasta que pasaban unas décimas de segundo, en ocasiones casi un segundo. Era un silencio profundo, entero, sentido y de repente salía la risa.

Eso es lo que se llama un rendimiento de la risa en vueltas altas. A bajas revoluciones no se oye, pero cuando se ha cogido impulso se llena como un motor a pleno rendimiento.

Esto me recuerda un poema de Pablo Neruda que siempre suena bien. Porque los silencios valen la pena. Porque hay que saber estar en silencio. Porque la amistad más grande es aquella que permite un silencio largo sin problemas.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca. .

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza.
Déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. .

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Creo que Neruda tiene poesías menos conocidas y más profundas, pero ésta tenía que estar. Ya irán cayendo.

un abrazo,

Cacheche